Javier Barros Sierra
En México, acceder a la educación
superior es un privilegio que nos obliga a realizar las tareas que emprendamos
con dedicación, honestidad y sentido social. Javier Barros Sie- rra lo creía
así; su trayectoria muestra la con- gruencia entre su pensamiento y su
quehacer.
PRIMEROS AÑOS
Su padre fue José Barros Olmedo, quien
creció dentro de una familia acomodada con una formación rígida; su madre,
María de Jesús Sierra Mayora, fue hija de Justo Sierra Mén- dez, una de las
mentes más claras del siglo XIX mexicano, a cuyo hogar acudían escritores,
artistas y pensadores de diversas generaciones. Si bien el matrimonio Barros
Sierra tuvo una posición desahogada durante los primeros años, por varias
razones ligadas a la época en la que le tocó vivir perdió buena parte de sus
bienes, de suerte que a Javier Ba- rros le tocaron años de estrechez económica
y esto contribu- yó a templar su carácter y a conocer mejor a su país.
Su vida escolar
Se formó en instituciones públicas: cursó
la primaria en la es- cuela “Alberto Correa”, la educación media en la
Secundaria núm. 3 y la media superior en la Preparatoria Nacional. Tenía 19
años cuando comenzó el periodo cardenista; seguramente lo marcó como a muchos
de sus contemporáneos, pues a lo largo de su vida mantuvo su admiración por
Lázaro Cárdenas del Río.
SU LABOR COMO CONSTRUCTOR
A finales de 1946, Javier Barros fundó,
junto con un grupo de jóvenes ingenieros (Bernardo Quintana, Raúl Sandoval,
Fernando Hiriart y Raúl Marsal) la empresa constructora In- genieros Civiles
Asociados (ICA). Su labor estuvo dirigida sobre todo al diseño estructural.
EL FUNCIONARIO PÚBLICO
Javier Barros dejó la gerencia y en
general su trabajo como constructor cuando fue nombrado por la Junta de
Gobierno de la UNAM director de la Escuela de Ingenieros en 1955; en 1957 tuvo
que renunciar para cumplir una nueva enco- mienda: la reestructuración que le
solicitó Adolfo López Mateos (1958-1964) de la Secretaría de Comunicaciones y
obras Públicas; ésta se desdobló para formar la Secretaría de Comunicaciones y
Transportes y la de Obras Públicas (SOP), de la que fue secretario durante ese
periodo presidencial. En- tonces vendió sus acciones de ICA y dejó su
colaboración con ECSA, pues consideraba que tener vínculos de interés con es-
tas empresas era éticamente incompatible con su nuevo cargo.
Durante la gestión de Barros Sierra se
construyeron, por ejemplo, las carreteras México-Puebla, Querétaro-Celaya y la
primera parte de la México-Pachuca; además se hicieron importantes trabajos de
conservación en la red caminera del país, al reconstruirse 1,614 kilómetros de
carreteras federales muy deteriorados o cuyos trazos hubo que adaptar a las
nuevas condiciones de circulación de vehículos.
El trabajo en la secretaría se realizó
con un sentido integral, buscando que “existiera un trato personal para que
desde los funcionarios hasta el último empleado comprendiera que forman un
equipo que labora en beneficio de México
Un año después de terminada su labor al
frente de la SOP, Barros Sierra fue invitado por Jesús Reyes Heroles, director
de Pemex, a dirigir el recién fundado Instituto Mexicano del Petróleo (IMP). Al
tomar posesión, el 1 de enero de 1966, estableció las líneas de actividad del
instituto: la investiga- ción en geología, geofísica, ingeniería petrolera,
transporte, distribución de hidrocarburos, economía petrolera, química,
refinación, petroquímica, diseño de equipo mecánico y electrónico, maquinaria y
electrónica aplicada.
EL RECTOR
Barros Sierra se fue del IMP para hacerse
cargo de la rectoría de la UNAM, dejando un grato recuerdo entre sus colabo-
radores. Fue rector de 1966 a 1970; durante ese tiempo se realizaron muchas y
muy profundas reformas. En palabras de Emilio Rosenblueth: “La universidad dejó
de tener por objeto que los profesores enseñaran; en adelante lo fue que los
alumnos aprendieran. La docencia cesaría de ser infor- mativa para tornarse
formativa. Se estructuró un sistema administrativo que hacía una enorme falta.
El rector delegó autoridad entre sus colaboradores, compartiendo con ellos las
responsabilidades” (E. Rosenblueth, “J. B. S. y las re- formas universitarias”,
en Ingeniería, p. 270). Para esto se creó la Comisión Técnica de
Planeación Universitaria y se reformó la Comisión de Estudios Administrativos.
Él entendía las cualidades de la juventud
y deseaba in- tensamente que los padres, los educadores, los gobernantes,
estuvieran a la altura de la misión que implica acompañar a los jóvenes en su
formación. No sobra repetir, escribió, “que quienes renuncian a entender a la
juventud de hoy, a sus inquietudes, muy fácilmente caen en la creencia de que
los únicos tratamientos que a ella pueden dársele son la represión y la
corrupción, sea para neutralizarlos o para utilizarla como instrumento. Se les
escapa que la única posibilidad eficaz y válida para no hablar de lo puramente
moral, es educarla”.
Y enfatizaba: “Se puede corromper a
algunos jóvenes en un minuto, reprimir a muchos en un día; pero el proceso
educativo no se completa en un mes ni en un año. Nosotros, por supuesto, hemos
escogido el camino difícil.” La clave era el diálogo como “el único camino
digno de los hombres: la razón y no la violencia; la discusión y no la injuria
o la condena, la educación y no la represión”.
Javier Barros Sierra murió a los 56 años
de edad, el 15 de agosto de 1971. En momentos difíciles como los que atra-
viesa nuestro país, es importante recordar que contamos con hombres y mujeres
ejemplares que, como él, nos guían en el camino.
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